Escrito por Francisco Daniel Vinués – Psicólogo Sanitario
Normalmente cuando hablamos de salud y bienestar nos vienen a la mente el dolor y la enfermedad, pues “salud como ausencia de enfermedad” es la definición más ampliamente extendida y que está más arraigada en nuestra sociedad. Situamos en un extremo de la línea al bienestar y en el otro al dolor, una lucha encarnizada existe entre ambos lados como si fueran dos enemigos irreconciliables, solo uno de los dos puede ganar y sobrevivir, no hay conciliación, no hay tregua: estamos sanos o estamos enfermos, ¿no? Vamos a detenernos un momento a pensarlo, ¿conoces a alguien que no sufra alguna enfermedad? ¿Una alergia? ¿Asma? ¿Artrosis? ¿Qué tenga las cervicales delicadas? ¿Y alguien que no tenga ningún tipo de dolor, físico o emocional? ¿Qué porcentaje de personas sanas nos quedarían? ¿Y durante cuanto tiempo estarán sanas según esta definición? Quizá digas que hay enfermedades y enfermedades, como coloquialmente se suele decir, que hay de mayor y menor gravedad, que una persona con una enfermedad o problema “pequeño” está sana. Debemos ser cuidadosos pues estas últimas aseveraciones que ahora realizamos son incompatibles con la concepción de los dos polos de la salud, de que la ausencia de una indiscutiblemente lleva a la otra; estamos diciendo que es posible que una persona con una enfermedad o problemática de menor gravedad podría también considerarse, en esencia, sana. Todo esto comienza a ser un poco confuso, pero la Organización Mundial de Salud (OMS) elaboró hace unas décadas unas ideas muy similares a las que hemos comenzado a hacer en este párrafo, si la mayoría de la población no entraba dentro del concepto de salud quizá nos habíamos equivocado a la hora de definirla
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