Escrito por Fernando Contretas – Psicólogo sanitario
Antes de comenzar, una aclaración de la perspectiva. Puesto que hasta la más mínima de las cuestiones puede abordarse desde innumerables perspectivas, creo que es necesario aclarar la que voy a intentar exponer en éste post a cerca de mindfulness.
Si bien hay pocas dudas de que el
conjunto de ejercicios que hoy se conocen como mindfulness provienen de las
tradiciones budistas (no de una, sino de varias) no tengo ninguna intención, ni
es mi objetivo tomar la perspectiva religiosa o promover la práctica de
mindfulness desde una perspectiva religiosa. Respetando escrupulosamente a
quienes mediten o practiquen mindfulness siguiendo un camino trascendente o religioso,
está lejos de mi intención hacer proselitismo del budismo o de cualquier otra
religión.
Mi práctica es laica, promuevo la
práctica laica y procuraré ceñirme a contenidos científicos relacionados con la
práctica de mindfulness.
Dicho esto, comencemos:
Las raíces
Mindfulness, en una acepción
clásica de la palabra “sati” en pali (idioma en el que se registraron
inicialmente las enseñanzas de Buda) del diccionario de traducción de Davids y
Stede (Davids & Stede, 1921-2001) al inglés, significa
conciencia, atención y recuerdo.
En este contexto se refieren a la
atención como conciencia centrada y a recordar no como el recuerdo de eventos
pasados, sino más bien como una intención de recordarnos ser conscientes a cada
momento (Siegel, Germer, & Olendzki, 2014).
Renovando el concepto
Según estos últimos autores, la
incorporación de mindfulness al contexto de la psicoterapia occidental, hace
que su definición se aleje de sus antiguas raíces y amplíe su significado
añadiéndole cualidades mentales que van más allá de sati (conciencia, atención y recordar). Entre estas cualidades
destacan no juzgar, la aceptación y la compasión.
En este nuevo contexto Jon
Kabat-Zinn, pionero en la aplicación terapéutica de mindfulness, lo define como
“la conciencia que surge de prestar atención intencionadamente en el momento
presente y sin juzgar, a las experiencias que se despliegan en cada momento” (Kabat-Zinn, 2003) y posteriormente en (Bishop, y otros, 2004) lo describen como
una autorregulación de la atención, mantenida en la experiencia inmediata, que
permite un mayor reconocimiento de los acontecimientos mentales en el momento
presente y adopta una orientación particular hacia la propia experiencia,
caracterizada por la curiosidad, la apertura y la aceptación.
En (Vallejo Pareja, 2011) Miguel A. Vallejo
habla de mindfulness como una habilidad que permite un punto de vista y que
implica una serie de conductas y hace una aproximación a sus elementos
esenciales: Centrarse en el momento presente, apertura a la experiencia y los
hechos (poniendo por delante lo emocional y estimular frente a su
interpretación) aceptación radical no valorativa de la experiencia (lo positivo
y negativo en sus diversos grados son aceptados como experiencias normales),
elección de las experiencias (escapando de posiciones deterministas) y renuncia
al control directo.
Éste mismo autor y en el mismo
texto hace referencia a los elementos clave de mindfulness según Germer:
No conceptual: sin centrarse en procesos de pensamiento, centrado en el presente, no valorativo: no puede experimentarse
plenamente algo que se desea sea otra cosa, intencional:
siempre hay intención directa de centrarse en algo a lo que poder volver si
nos hemos alejado, observación
participativa: en la que se implique la mente y el cuerpo, no verbal: sin referente verbal sino
emocional y sensorial, exploratorio y liberador:
cada momento de la experiencia vivido plenamente es una experiencia de
libertad.
Así pues, de todo esto parece
poder derivarse que la traducción al castellano de mindfulness (ya en su
acepción clásica pero especialmente en la más moderna y derivada de su uso
terapéutico) como atención plena no
permite abarcar todo el significado que el concepto trae consigo.
No se trata entonces de
concentrar la atención en un punto de nuestro cuerpo como la respiración, o
ajeno a él como la llama de una vela, sino que, para practicar
mindfulness, parece que hay que hacer
algo más que eso.
Entonces ¿mindfulness es meditación?
¿Porqué o para qué?
No diré que estas dos preguntas
son excluyentes o que pertenecen de forma exclusiva a alguna de las escuelas de
la psicología, pero en su diferencia tienen más de lo que parece.
Cuando un paciente relata una
conducta en consulta (una conducta motora, una acción), es posible que en la
mente de cualquier psicólogo, surjan simultánea o secuencialmente estas dos
preguntas relacionadas con la conducta en cuestión.
Ahora bien, desde una perspectiva
cognitiva es más probable que surja el “porqué”, en cuanto que los “porqués”
parecen ir temporalmente a un momento anterior de la propia acción, para ir a
buscar allí la causa o explicación de esta. General, pero no exclusivamente, un
psicólogo cognitivo indagará a cerca de procesos internos que expliquen, de una
u otra forma, la conducta expuesta por
el paciente.
Claro que esto no excluye que
pueda usar la segunda pregunta de las propuestas, pero digamos que su
“explicación del mundo” requiere o hace mas probable que utilice la primera.
Desde una perspectiva
contextual-funcional, sin embargo, el psicólogo tendrá más presente indagar a
cerca del “para qué” de la conducta expuesta. Saber “qué cosa” a lo largo de la
historia del paciente, en constante interacción con el mundo que le rodea
(claro que aquí no sería “todo el mundo” sino más concretamente el contexto
específico donde se produce efectivamente la conducta relatada) ha hecho que
esa conducta se genere y mantenga en el tiempo.
Así el “para qué”, en la
explicación del mundo que hay detrás de la psicología contextual-funcional, se
hace más relevante, (aunque tampoco excluyente) que el “porqué” de las cosas.
Técnicamente se podría decir, mas
o menos, que la topografía de una conducta no la define tanto como su función.
Cuando la falta de perspectiva de
mis pacientes les impide “darse cuenta” de esta cuestión les pongo un ejemplo
que suele ser como sigue:
Terapeuta: Imagina que hoy, al
finalizar mis sesiones de la mañana, camino de casa me encuentro a un amigo que
hace mucho tiempo que no veo y decidimos tomar un aperitivo y charlar un rato
de nuestra vida. Al final acabamos tomando un par de “tapas” con dos cañas y
llegando a casa me siento, por la falta de costumbre, un poco mareado por el
alcohol. ¿qué te parecería que me tomara esas dos cañas?
Paciente: (la estadística es
abrumadora, creo que no he encontrado hasta ahora una respuesta en sentido
contrario) bien, me parecerían bien.
Terapeuta: Ahora imagina que,
como me llevo mal con mi esposa (aquí hago una aclaración: “cariño” es sólo un
ejemplo para uso terapéutico, lo juro), decido, antes de subir a casa, tomar un
par de cañas en el bar de abajo, porque así subo más tarde, la aguanto menos
tiempo y al estar afectado por el alcohol me resulta más sencillo hacerlo ¿qué
te parece que me tome estas dos cañas?
Paciente: (aquí hay alguna
excepción pero no demasiadas) Mal, esas me parecen mal
Terapeuta: ¿pero si la conducta
tomada aisladamente es las misma en ambos casos? “Tomar dos cañas”
Paciente: aquí la variabilidad
sube, hablan de motivos, de escapar de problemas, etc.
Terapeuta: ¿Y si, en lugar de
quedarme en el bar tomando dos cañas, me quedo en el trabajo más tiempo para no
ir a casa?
Aquí se genera un cierto debate
(parece que hay ciertas reglas generalizadas en la población que ensalzan el
trabajo y penalizan los consumos de alcohol, pero no me meteré en este charco
hoy), no obstante, todos acaban viendo que el “para qué” de las conductas es lo
importante.
Entiéndase el “para qué” de una
forma amplia que incluya además del propósito, no siempre evidente para quien
ejecuta la acción, las consecuencias que obtiene de la misma.
Humildemente entiendo que mindfulness no es meditación
Y todo este preámbulo, ya
perdonarán ustedes, para dar el primer argumento por el que estimo que
mindfulness no es meditación.
Cuando las personas meditan (me
refiero en su esencia, como parte de las cosas que hace alguien que elige el
camino trascendente del budismo) tienen un “para qué” muy distinto a cuando lo
hacen los pacientes a quienes instruyo en los ejercicios de “mindfulness” que
“topográficamente” pueden parecer muy similares (en algunos casos idénticos
diría) pero que tienen funciones sensiblemente distintas.
No es lo mismo intentar
trascender a través de la meditación (aunque evidentemente no solo mediante
ella, mis escasos conocimientos me dan para saber que el camino budista es
largo y mucho más complejo que pasar horas en un zafú) que sentarse en la silla
de tu casa para aprender a observar los contenidos de tu mente y, también con
la ayuda de otros elementos que se dan en terapia, conseguir mantener una
relación distinta con ellos que resulte más sana y adaptativa.
Así que, si las dos cañas del
medio día no son iguales a las de la noche, dado que parece haber algo más
importante que la propia conducta tomada de forma aislada, yo reivindico que
los ejercicios llamados mindfulness que promuevo como prácticas para mis
pacientes, tampoco son la misma cosa que lo que hace una persona en pleno
ejercicio de su derecho religioso al sentarse en un zafú en la búsqueda de su
trascender personal.
Lo que no quita, en ningún caso,
para reconocer de dónde han sido tomados estos ejercicios y no renegar de su
origen.
Les emplazo al siguiente post, (si
llegaron a leer hasta aquí, además de agradecerles el detalle les reconozco la
entereza y el valor, están todos invitados) pero antes les dejo una perla de S.
Pepper
“¿Por qué debería el conocimiento
comenzar con certezas?¿Por qué no podría surgir como surge el día del amanecer,
desde la semipenumbra del semiconocimiento, e ir creciendo gradualmente hacia
la claridad e iluminación?”
Hasta la próxima.
REFERENCIAS
Bishop, S., Lau, M.,
Shapiro, S., Carlson, L., Anderson, N., Carmody, J., & et al. (2004).
Mindfulness: A proposed operational definition. Clinical Psychology: Science and practice, 11(3) 230-241.
Davids, T., & Stede, W. (. (1921-2001). Pali-english
dictionary. Nueva Delhi: Munshiram Manoharlal Publishers Pvt, Ltd.
Kabat-Zinn, J. (2003). Mindfulness-based interventions in
context:Past, present, and future. Psychology: Science and Practice,
10(2), 144-156.
Siegel, R., Germer, C., & Olendzki, A. (2014). Manual clínico de mindfulness – Cap. 1
Mindfulness:¿Qué es?¿Dónde surgió?
Bilbao: Descleé de Brouwer.
Vallejo Pareja, M.
(2011). Técnicas de modificación de conducta . Cap. 8 Mindfulness o
atención plena: de la meditación y la relajación a la terapia. Madrid: Pirámide.